Los nuevos desafíos de los think tanks
Hay temas sensibles que no figuran en la agenda de los medios de comunicación ni son objeto de discusión en nuestra dirigencia política y económica. ¿Qué se puede hacer desde los centros de pensamiento?
Un par de semanas atrás tuve el privilegio de participar de un panel internacional en el que se celebraron los primeros 100 años de la creación de Chatham House, el principal instituto de investigación (o think tank) británico sobre relaciones internacionales. El tópico a discutir fue el futuro de los centros de pensamiento. Quisiera en esta columna compartir algunas de las reflexiones que hice sobre un tema que considero particularmente relevante para nuestro país.
Como resultado del escenario internacional que comienza a emerger, los estragos causados por la pandemia y los cambios tecnológicos que han tenido lugar en los últimos años, las instituciones de pensamiento enfrentan nuevos desafíos y oportunidades. Una de estas oportunidades consiste en brindarle mayor visibilidad a ciertos temas que si bien son sumamente relevantes aún no forman parte de la discusión pública.
Tomemos el caso de la educación en América Latina. Debido a la pandemia, la mayoría de los niños y niñas de la región perderán gran parte del año escolar; solo aquellos que tienen buena conectividad y acceso a una educación de calidad pueden continuar sus estudios. Como consecuencia de esto, en los próximos años aumentará la desigualdad dentro de las países latinoamericanos y, dada la pérdida de capital humano, nuestros países se alejaran aún más de la frontera tecnológica que lideran China y Estados Unidos. Este factor, sumado a la falta de crecimiento económico y la inestabilidad política, hará que luego de un período en el que la distancia que nos separaba de los países desarrollados tendió a disminuir, esta vuelva a aumentar.
Los think tanks de la región deberían por lo tanto introducir este tema en el debate público y comunicar a la clase dirigente la importancia que tanto la tecnología, como la educación y la política exterior jugarán a la hora de reducir tanto las desigualdades internas como la brecha que nos separa con los países más avanzados. En efecto, hoy temáticas como estas no figuran en la agenda de los medios de comunicación ni son objeto de discusión en nuestra dirigencia política y económica. Daría la impresión de que el haber vivido tantas crisis nos ha hecho perder conciencia sobre el rol que el pensamiento estratégico juega al momento de impulsar el desarrollo de las naciones.
Pero para liderar este proceso, los think tanks y las universidades deberán ganar credibilidad. Esto es efectivamente un desafío porque en gran parte del mundo tanto las élites como los especialistas están siendo cuestionados. Para esto será necesario entonces tener mayor empatía con la población, intentando entender sus deseos y realidades. En definitiva, no verla como una mera masa al la que hay que moldear mediante la transmisión de conocimientos y valores. Necesitamos, por lo tanto, entablar un verdadero diálogo con nuestras sociedades.
También debemos resistir la tentación de silenciar aquellas voces que piensan distinto a nosotros. Los países progresan cuando la libre discusión de ideas no sólo se permite sino que se estimula. Es por esto que la defensa del pluralismo debe ser un principio rector de nuestras organizaciones.
Debemos asimismo colaborar más entre nosotros. Estimulando un diálogo franco y constructivo entre nuestros gobiernos pero también entre nuestras sociedades. Esto resultará particularmente relevante para los países medios, ya que si en los próximos años no promovemos el multilateralismo corremos el riesgo que la competencia estratégica entre China y Estados Unidos termine incrementando los niveles de incertidumbre y conflictividad que ya observamos en el sistema internacional. Y dado que la sociedad civil ha logrado alcanzar un alto grado de influencia, hoy las universidades y los think tanks están en mejores condiciones de hacerlo que durante la Guerra Fría.
Si logramos seguir estos principios, creo que los think tanks jugarán un rol protagónico. En efecto, nos encontramos en una situación inmejorable para brindar información confiable, algo que se ha vuelto esencial dada la cantidad de noticias falsas que circulan diariamente en las redes sociales. Tanto los funcionarios como los ciudadanos de a píe eventualmente tendrán que acudir a fuentes de información y análisis más confiables.
Por ultimo, los cambios tecnológicos harán que nuestros centros de pensamiento tengan que ser más flexibles, para adaptarse así a la nueva realidad. Por tomar un caso, a partir de ahora las inversiones en edificios serán menos relevantes que las inversiones en tecnología. Los encuentros virtuales nos acercarán a nuestra audiencia pero también significa que tendremos que competir con instituciones del exterior. Un beneficio adicional que traerán las nuevas tecnologías es que podremos llegar a todas las regiones de nuestros países, algo que resultará particularmente beneficioso para aquellas sociedades que tienden a concentrar su vida política e intelectual en una o dos ciudades.
Los otros participantes del panel organizado por Chatham House se refirieron a estos y otros temas. La principal conclusión que saqué del encuentro es que después de la pandemia no viviremos en un mundo nuevo pero sí en un contexto distinto al que estamos acostumbrados. Este será el resultado de la aceleración de una serie de tendencias (como son la creciente bipolaridad, el resurgimiento del nacionalismo y las nuevas tecnologías) que nos demandará repensar el mundo en que vivimos y replantearnos nuestro posicionamiento en este. Si queremos ser exitosos en este proceso tendremos que darle mayor importancia a nuestros centros de pensamiento.