La fuerza del populismo estadounidense
Durante largo tiempo el populismo se identificó con el mundo en desarrollo y, en particular con América Latina, donde floreció en la década que siguió al nuevo milenio. Todavía en Brasil, México y Filipinas este muestra su vitalidad. Sin embargo, lo novedoso de la última década fue la fuerza con la que el populismo se proyectó en el mundo desarrollado. Tanto Europa como Estados Unidos se vieron sacudidos por este, en su doble vertiente de izquierda y de extrema derecha. Existe, sin embargo, una importante distinción entre el populismo europeo y el estadounidense.
La proliferación de partidos propia de la escena europea, resulta cónsona con la naturaleza parlamentaria de la mayoría de sus sistemas políticos. Ello no sólo posibilita que pequeños partidos puedan sobrevivir por largo tiempo en la periferia política, sino que facilita la aparición de nuevos partidos. Tal estado de cosas permitió que el populismo subsistiera sin problemas en la periferia política, hasta que las circunstancias lo proyectaron al centro de la escena. De la misma manera, permitió que partidos populistas de reciente creación lograsen posicionarse rápidamente en el epicentro político.
El rígido sistema bipartidista y la existencia de un Colegio Electoral hacen imposible algo similar en Estados Unidos. Ni siquiera un populista como Ross Perot, el más exitoso contendiente reciente a la Casa Blanca fuera de los dos partidos tradicionales, tuvo la menor posibilidad de conquistar aquella. En 1992, este obtuvo el 18,9% de la votación popular y, sin embargo, no logró ni un sólo voto del Colegio Electoral (aquellos que eligen al Presidente por vía indirecta). Ello evidenció la imposibilidad de alcanzar la presidencia al margen de los dos grandes partidos.
Tal lección fue aprendida y, en lo sucesivo, los movimientos y figuras populistas buscaron proyectarse al interior del propio sistema bipartidista. El primer movimiento que intentó hacerlo fue el llamado Tea Party. En este caso, dentro del partido Republicano. Aunque evidenciando una impresionante fortaleza interna, la misma resulto insuficiente para alcanzar el control de dicho partido. Las elecciones presidenciales de 2016, de su lado, se caracterizaron por la presencia de candidatos populistas en ambos bandos.
En junio de 2016, el columnista del New York Times David Brooks escribió un esclarecedor artículo en ese diario. Allí señalaba como Donald Trump había logrado cambiar las claves del debate político estadounidense de los últimos ochenta años. Hasta entonces, refería, este se había basado en la dicotomía más Estado versus menos Estado. Mientras los Demócratas propulsaban lo primero, los Republicanos encarnaban lo segundo. Trump transformó los términos de este debate por otro distinto, caracterizado por una nueva dicotomía: apertura versus cerrazón. En su caso, ello implicaba un rechazo a la sociedad globalizada y una disminución de los compromisos internacionales, acompañado de proteccionismo comercial y de fuertes controles inmigratorios. Es decir, la típica agenda populista de extrema derecha.
Del otro lado de la barrera también Sanders mantuvo un mensaje populista, pero en su versión de izquierda. Es decir, cierre ante la globalización y proteccionismo, pero acompañado por ambiciosas políticas sociales y no viendo a la inmigración como enemiga. Más allá de la cerrazón comercial, Trump y Sanders coincidían en identificarse con los intereses del “pueblo” por contraposición a los del “establishment”. De acuerdo a Sanders: “Tenemos que derribar con fuerza la arrogancia y la codicia de la clase dominante” (Our Revolution: A Future to Believe In, London, 2017).
Ambos candidatos difundieron con gran éxito planteamientos que, hasta entonces, se habían encontrado en la periferia de la política estadounidense. Aunque derrotado en las primarias, Sanders dio una extraordinaria manifestación de fortaleza. Todavía en 2020, Sanders se presenta como la fuerza alternativa dentro del partido al liderazgo centrista de Biden. Una fuerza que este último no puede alienar y cuyos planteamientos ha debido incorporar en importante medida a su proyecto de gobierno. De su lado, Alexandria Ocasio-Cortez se proyecta con gran dinamismo hacia el futuro como la versión joven de Sanders.
Por su parte, refiriéndose a Trump, Edward Luce señalaba: “Muchos se reconfortan pensando que la victoria de Trump fue un simple accidente, producto de la última bocanada de aire de una mayoría blanca moribunda, ayudada por Putin. Ojalá tuviesen razón. Pero mucho me temo que no es así” (The Retreat of Western Liberalism, London, 2017). Efectivamente, más allá de la muy posible derrota de Trump el próximo 3 de noviembre, el partido Republicano ha sido impregnado hasta los tuétanos por el estilo y los planteamientos de aquel. A no dudarlo, el futuro de dicho partido se encuentra indisolublemente asociado al populismo.
Así las cosas, aún cuando Biden triunfe el populismo se mantendrá como una fuerza de la mayor importancia dentro del bipartidismo estadounidense. Especialmente porque Biden, en función de su edad, muy probablemente no buscaría la reelección. Ello haría que los populismos de izquierda y de derecha se transformasen en factores claves en las elecciones del 2024.