La búsqueda de la paz en Afganistán en medio de fragmentaciones políticas
En fechas recientes dieron comienzo en Doha las conversaciones de paz entre representantes del gobierno afgano y los del movimiento Talibán con el fin último de traer la paz al país después de casi dos décadas de enfrentamientos armados que han causado decenas de miles de muertes y provocado que Afganistán sea extremamente dependiente de la ayuda exterior.
Más que la voluntad de frenar la sangría humana y el deseo de buscar la unidad nacional, es esta absoluta dependencia del exterior la que ha forzado al gobierno encabezado por Ashraf Ghani a acudir a Qatar en una posición de debilidad, en buena parte propiciada por sus propios aliados.
Y es que el acuerdo de paz firmado en febrero en Doha entre el autodenominado Emirato Islámico de Afganistán y representantes estadounidenses trajo consigo la retirada de 5.000 soldados norteamericanos en una primera fase, condicionándose la retirada total de las tropas a que los Talibán se comprometan con la paz y luchen contra el terrorismo.
Lo que para Donald Trump es un triunfo que puede vender a su electorado de cara a las elecciones presidenciales de comienzos de noviembre, para el gobierno afgano supone perder un aliado en el campo de batalla a cambio de vagas promesas de reducción o finalización de las operaciones militares.
Por si esto fuera poco, las transferencias económicas de países implicados en el sostenimiento del gobierno afgano vencen este año y una de las condiciones para su renovación que probablemente le impongan a Ghani que el gobierno afgano se comprometa en avanzar hacia una paz prolongada en el tiempo.
Como remate a esta situación, el gobierno afgano acaba de salir de una gravísima crisis provocada por las denuncias de fraude electoral en las elecciones presidenciales de 2019 que llevaron a la creación de dos gobiernos paralelos, crisis que llegó a su fin este mes de mayo cuando Ghani y Abdullah acordaron compartir el poder para evitar que se convirtieran en realidad las amenazas de Estados Unidos de cortar la ayuda internacional si continuaba el enfrentamiento.
Por su parte, el Talibán tampoco es un movimiento monolítico y desde la muerte en 2013 de su histórico líder y fundador, el Mullah Muhammad Omar, se ha visto sumido en periódicas divisiones que han dado lugar a escisiones y a luchas más o menos explicitas entre diferentes corrientes para hacerse con la dirección del mismo.
En la actualidad el grupo está dirigido por Hibatullah Akhundzada, quien desde su nombramiento lleva haciendo equilibrios para mantener la cohesión de la organización entre las corrientes extremistas que previamente lideraban su predecesor, el Mullah Mansour las más posibilistas encabezadas por el Mullah Rassoul.
El talibán sabe que Trump y la comunidad internacional han puesto al gobierno de Ghani al pie de los caballos y que si juegan bien sus cartas pueden convertirse en un actor político principal o incluso hacerse con el poder del país en pocos años, pero no todas las corrientes están por la labor de llegar a una paz negociada.
De hecho y en medio de la confusión generada tras la irrupción del covid-19 en los bastiones talibán que supuestamente habría afectado de forma importante a su liderazgo, se ha podido saber a través de un informe de la ONU que un grupo de dirigentes de la organización opuesta a las negociaciones de paz se habría escindido.
Este nuevo grupo, conocido como Hezb-e Walayat-e Islami, contaría con el apoyo de un Irán interesado en que la lucha continúe en su frontera oriental para poder mantener a Estados Unidos enfangado en una guerra sin fin con el consiguiente gasto económico y de vidas humanas, mientras que los talibán escindidos se desprenden de la dependencia histórica del movimiento respecto del ISI pakistaní.
Otro grupo que posiblemente abandonaría a los Talibán a resultas del proceso de paz sería la Red Haqqani, ya que la misma es considerada por la comunidad internacional como el puente entre el movimiento y Al Qaeda, lo que contravendría lo acordado con Estados Unidos en febrero en Doha y podría ser esgrimido por Kabul para rechazar la negociación sin consecuencias para el gobierno afgano.
Como baza unificadora, en el seno de la organización durante este año se ha potenciado la figura del hijo del Mullah Omar, Yaqoob, pasando este en cuestión de meses de ser un decorativo numero dos del Talibán, a la sombra de Sirajuddin Haqqani y el Mullah Zakir, a ser el jefe de la Comisión Militar y ejercer el liderazgo interino de la organización en sustitución de un Mullah Hibatullah Akhundzada del que se desconoce su estado de salud desde hace meses.
Lo cierto, es que a este proceso de paz llegan ambas partes restañando heridas recientes de conflictos internos por el liderazgo, sin muchas ganas de acudir al mismo pese a estar inmersos en una guerra que dura ya varias décadas, y sin un trabajo previo serio para que las negociaciones lleguen a buen puerto.
Y es si desde el lado Talibán todavía no saben si renunciar al Emirato Islámico para reconocer a la Republica Islámica de Afganistán, nadie en el lado del gobierno ha propuesto como integrar en su seno a representantes de los primeros, si crear un organismo ad hoc para dirigir la nación o que sistema político o económico sería válido para sacar a país de severa crisis en la que está inmerso, pero es que del otro lado.
Tampoco ninguna de las partes parece haberse planteado si hay que integrar a la milicia del Talibán en el ejército afgano o que esta permanezca como grupo independiente pero coordinada con las Fuerzas Armadas para combatir a grupos terroristas como Al Qaeda, Daesh, Red Haqqani o las escisiones como Hezb-e Walayat-e Islami, y como vencer recelos entre ambas partes cuando desde el acuerdo de Doha hasta a finales julio 10.000 soldados habían caído muertos o heridos en ataques de los talibanes.
Y en medio de esta indefinición y falta de voluntad de las partes se encuentra un pueblo afgano bregado en altas tasas de desempleo, una corrupción rampante y una inseguridad alimentaria que afecta a un porcentaje significativo de la población y que tanto el gobierno como las diferentes ONGs se ven incapaces siquiera de paliar.
Por tanto, sería una agradable sorpresa si al final se llega a un acuerdo que finalmente traiga la paz y la estabilidad en Afganistán, siendo esta solo posible gracias a la presión ejercida por tanto por la comunidad internacional en un caso como por los servicios de inteligencia pakistaníes en el otro.
Sin embargo, si las negociaciones fracasan pronto nos encontraríamos en un escenario caótico en el que Trump ha perdido una de sus bazas electorales para lograr su reelección, Pakistán habría perdido influencia dentro del Emirato Islámico en beneficio de Irán y su voluntad de continuar la guerra, en el Talibán se reforzarían las posturas contrarias a nuevos acuerdos y en el gobierno afgano no habrían ganado nada a cambio.
Así que la lógica dicta las partes implicadas en el proceso de paz y los países que condicionan sus posturas están interesados en caso de no llegarse a un acuerdo de paz que las negociaciones se dilaten en el tiempo el mayor tiempo posible para que las posturas posibilistas sean mayoritarias en el movimiento y con ellas la influencia pakistaní, que pasen las elecciones estadounidenses y no sea relevante la opinión del electorado en un posible nuevo despliegue de tropas y que por fin el gobierno afgano logre su unidad.